Una elección “salomónica” entre dos candidaturas rivales otorgó por primera vez la organización de un Campeonato del Mundo a dos países distintos: Corea del Sur y Japón,
en el primer Mundial de la historia en disputarse en suelo asiático.
Tal circunstancia provocó un record de sedes (20), repartidas a pachas
entre japoneses y surcoreanos. Desde el punto de vista del calendario y
los grupos, era como si cada país organizara un Mundial de 16 equipos,
hasta su reunión en la final de Yokohama. Para compensar esta
circunstancia, se concedió el partido inaugural a la capital surcoreana
Seúl.
El poderío económico de los patrocinadores
estaba muy preocupado por la diferencia horaria con respecto a Europa y
América, que obligaba a unos u otros a madrugar o trasnochar para
presenciar los partidos en directo por TV. La lejanía de Extremo Oriente
no favoreció tampoco el desplazamiento de aficionados autóctonos. La
presión del lobby publicitario y del marketing llegó al extremo de influir en el diseño del balón oficial. Bautizado como “Fevernova”,
fue muy criticado porque su ligereza y su dibujo engañaban a los
porteros, acostumbrados a otro tipo de esférico. Incluso se sospechó de
presiones de lobbys comerciales sobre el desarrollo del campeonato, dato
que no ha sido contrastado. Lo cierto es que este campeonato se
caracterizó como pocos por la profusión de errores arbitrales.
Polémicas
aparte, lo más brillante de la organización fue la logística de
desplazamientos y acomodo de las selecciones y la prensa, además de la
comodidad y estética de la mayoría de los estadios, muchos de ellos erigidos para la ocasión ya que ambos países tenían escasez de recintos amplios para la práctica del fútbol.






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