En una entrevista previa al partido de vuelta concedida
aún en Oviedo, Javier Irureta mostraba su preocupación por el esperado arranque
en tromba de los genoveses y por el detalle de disputar el partido con el balón
propio del club genovés (en aquel entonces
los equipos italianos disponían de un balón personalizado con sus propias
medidas y peso que ponía en juego el equipo local, y esta prerrogativa de la
Serie A fue mantenida en la UEFA durante años quizás por el poder ejercido por
su ex-secretario general Artemio Franchi y su “lobby”). Asimismo, avanzó
que la meta oviedista sería marcar al menos un gol, lo que forzaría a los
genoveses a marcar tres goles para clasificarse. Y si de algo podía presumir
aquel Real Oviedo de Irureta era precisamente de seguridad defensiva. Jabo
Irureta hizo hincapié en resistir los primeros veinte minutos de cada tiempo
sin encajar gol como la clave para pasar a dieciseisavos.
Por su parte, los genoanos se mostraron convencidos de la
remontada y todo el mundo se involucró para conseguirlo. Desde los jugadores
(espoleados por su presidente Aldo Spinelli) hasta los hinchas, que prepararon
tifos especiales para el partido de vuelta. La prensa local recibió al Real
Oviedo entre el respeto de algunos medios y la displicencia de otros. Se
bautizó al equipo azul como “Lacatus y Cía.” y se puso al rumano en el centro
de las dianas italianas. La realización televisiva de la RAI mantenía la
vistosa infografía mostrada en el reciente Mundial y respetó el nombre del
equipo “R. Oviedo” aunque mostró en su lugar una bandera a cuadros índigos y
celestes en lugar de la tradicional mitad azul mitad blanca, y sin escudo. Como
si se tratara de un equipo desconocido o improvisado. Todos en Italia daban por
hecha la remontada rossoblù, pero el Real Oviedo iba a demostrar que la cosa no
les iba a resultar nada sencilla.