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jueves, 1 de noviembre de 2012

Ajedrez / El ajedrez y yo (recuerdos de un jugador intermitente)



Spock y McCoy, ajedrez del siglo XXIII
Este es el primer artículo sobre ajedrez que publico en el blog y he pensado que antes de escribir sobre ajedrecistas, torneos, sus historias y sus anécdotas debería contar a modo de preámbulo cómo ha sido mi relación con este deporte. No como modo de justificación porque no lo requiere (aunque haya quien encuentre extraño ver apartados de ajedrez -esa práctica tan aparentemente tranquila- junto a baloncesto, fútbol, ciclismo o tenis) sino como introducción a post futuros.

Mi primer acercamiento serio al ajedrez (las pequeñas piezas de los “Juegos Reunidos” de cuando era niño pequeño no cuentan como tal) tuvo lugar hacia los once o doce años en mi colegio. En lo más crudo de un invierno frío y lluvioso de finales de los años ochenta, y al calor de la reciente rivalidad entre Kasparov y Karpov, a uno de mis profesores se le ocurrió sugerirnos a un grupo de alumnos pasar los recreos en la biblioteca para iniciarnos en el ajedrez. Desempolvamos los tableros que dormían el sueño de los justos en una de las estanterías superiores y empezamos a jugar. Recuerdo que ya entonces sabía cómo mover los peones, los alfiles, las torres y demás, pero que a algunos de mis compañeros (nuevos en esta plaza) les costaba entender el movimiento del caballo. Nada anormal, por otra parte.


Ajedrez de Mingote
Desde un primer momento las clases fueron prácticas. Nos repartíamos procurando no jugar siempre con el mismo compañero. Un día con uno, al siguiente con otro. No había sesudas estrategias y tampoco había reloj. Se trataba de una toma de contacto inicial con el ajedrez. He de decir –modestia aparte- que se me daba bastante bien y que solía ganar, aunque de vez en cuando algún despiste me ponía literalmente en jaque. Algunos compañeros se aburrieron enseguida y dejaron de jugar. Otros seguimos frecuentando la biblioteca a la hora del recreo para seguir jugando. Por un lado, nos gustaba. Por otro lado, se estaba mejor en la biblioteca con calefacción que afuera, a expensas de la lluvia, el viento y de las tormentas que arreciaban de vez en cuando y que solían provocar cortes de luz y el encendido automático de las luces de emergencia.


Pasaron las semanas, llegó poco a poco la primavera y con ella el buen tiempo. Dejamos los tableros de ajedrez y volvimos a frecuentar los del baloncesto, o las porterías de fútbol. Aún no había llegado el momento. Tardé algunos años en volver a jugar, y desde aquellas primeras partidas siempre he jugado solo. Pasó el tiempo.

"El Ajedrez de Asturias", LNE (c 1997)
Varios años después, el principal diario asturiano “La Nueva España” tuvo una interesante iniciativa. Metidos de lleno en esa época (aún vigente) en la que los periódicos realizaban distintas promociones como fascículos, vídeos o utensilios tratando de conseguir la fidelidad de nuevos lectores, a los responsables de este diario se les ocurrió la entrega del denominado “Ajedrez de Asturias”. Un juego con tablero convencional y piezas alegóricas a la Reconquista en las que, por ejemplo, los respectivos reyes eran figuras de Don Pelayo y de Munuza, y los peones, guerreros astures o berberiscos. De aquella un servidor compraba a diario “La Nueva España” porque mi abuelo era un voraz lector de prensa y como para jugar al ajedrez no tenía ni tablero, seguí la colección. Empecé a jugar de modo esporádico contra mí mismo durante un par de años hasta que al volver de clase me encuentro con que una de las temibles “razzias” de limpieza de mis mayores hizo desaparecer el juego como antaño desaparecieron “misteriosamente” juguetes, colecciones de libros, revistas de baloncesto, dibujos, recortes de prensa, cintas de audio y algunas cosas prestadas que por tal motivo no pude devolver (una baraja y un par de números de “Gigantes”). Busqué el tablero discretamente durante los días siguientes pero no lo recuperé. Lo dí por perdido.

De aquella comencé a prestar atención a la sección de ajedrez que publicaba (y aún publica) este diario en su sección de pasatiempos, heredando una costumbre que me ha acompañado desde entonces a la hora de tomar notas. Emulando los caracteres de las partidas escritas (ejemplo: Txf2 Ch3+) utilizo este signo “+” que en ajedrez se utiliza para destacar un movimiento brillante para señalar algo muy importante o muy bueno. Mi interés por el ajedrez ya vestía pantalones largos pero todavía no había llegado el momento. Volvió a pasar el tiempo.

Hace cosa de diez años, cuando llegó a mi casa la revolución digital con mi primer (y hasta ahora único) PC y con la conexión a internet, recibí un pequeño regalo en forma de juegos para ordenador. Un tanto infantiles pero aptos para quien aún se estaba familiarizando con las nuevas tecnologías. Entre ellos había un juego de ajedrez. Instalé el juego y jugué algunas partidas pero aquello duró poco. Prefería las piezas físicas a las virtuales. Aún no había llegado el momento.


Ya adulto, como si de la siembra y la cosecha se tratara, el ajedrez y yo hemos mantenido en los últimos años una progresiva maniobra de acercamiento mutuo y posiblemente definitivo cuyo punto culminante ha tenido lugar hace apenas unas semanas y que ha tenido lugar en tres fases:

a) Mi afición a otros deportes que, aunque suponen mucho esfuerzo físico, también requieren equilibrio mental, reflejos rápidos y toma de distintas posiciones estratégicas según momentos del juego. Lo que les emparienta en cierto modo con el ajedrez. Me refiero concretamente al ciclismo, al baloncesto y al tenis. Y en especial a éste último.

b) La fiel escucha durante los últimos años de la sección “En Jaque” en la edición dominical del programa de RNE “No es un día cualquiera” que lleva a cabo el periodista experto en ajedrez Leoncho García, que aprovecho para recomendar se sea o no se sea aficionado a este deporte. Con García me he dado cuenta de la enorme dimensión histórica y pedagógica que atesora este juego. Aún recuerdo cuando esta sección tenía espacio televisivo en TVE2, por la tarde de un día entresemana (¿jueves?), de esto hace ya bastantes años. Además, es articulista de “El País” desde hace más de veinticinco años.

c) El pasado 21 de septiembre (día festivo en Oviedo) revolviendo entre cajones y armarios en casa buscando algo de ropa de abrigo de cara al otoño, he encontrado mi tablero que daba por perdido. Estaba escondido en el lateral inferior de un armario. Lo he colocado en una estantería de mi habitación, de modo que me sea fácil echar mano de él.

Desde entonces juego con mucha frecuencia. He redescubierto en las partidas rápidas de ajedrez un pasatiempo perfecto para los “tiempos muertos” de la vida cotidiana. Hace unas cuantas noches, llovía. En la radio sonaba sin parar la palabra “crisis” en las tertulias cada emisora. En la TV no emitían nada de suficiente interés... así que me dedique a esperar al sueño jugando al ajedrez. Disfruté. No llegó a haber tormenta, la bombilla siguió alumbrando, pero durante un par de horas volví a sentirme como a los doce años. Creo que ha llegado el momento.

En unos días espero publicar algo sobre el reciente V Masters de Ajedrez de São Paulo y Bilbao para empezar a relacionarnos con nombres como Carlsen, Anand, Vallejo, Aronian...

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