La imagen más conocida de los Lagos de Covadonga: el Enol desde el Mirador de Entrelagos, con la porra del Enol al fondo, el Mosquital a la izquierda y el Sohornín a la derecha |
Aprovechando por una vez la ola de la actualidad abrimos
en el blog una nueva sección dedicada a coleccionar los principales puertos de
montaña que se recorren en las vueltas ciclistas. El motivo es bien sencillo,
soy un amante del ciclismo de montaña y de esos tipos que son capaces de
tragarse sin pestañear esas etapas maratonianas en las que se cruzan puertos
sin cesar. Como en “Templos del Deporte”, iniciaré este viaje por lo más
próximo y conocido. No puedo imaginar una apertura mejor que la presente
gracias a la oportunidad que me brinda el inminente regreso de la Vuelta a
España a su cumbre más mítica: Los Lagos
de Covadonga. Un lugar especial, mágico, en el que deporte, naturaleza e
historia se dan la mano, que he visitado en varias ocasiones aunque la última
muy lejana ya en el tiempo (1991) y del que me declaro rendido admirador.
Conocer un puerto en primera persona y contarlo en un
blog tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Ventaja: que puedo contar mucho.
Desventaja: que puedo contar demasiado. Como no quiero abusar de la paciencia
del lector con relatos (demasiado) interminables, he decidido repartir este
especial en dos partes. En el primero haremos un poco de turismo por la zona
contando historias, describiendo paisajes y sensaciones ayudados por
fotografías y en el segundo (de publicación inmediata) nos centraremos en la
competición ciclista, la historia de sus ascensiones en la Vuelta y las
características de la subida.
Los Picos de
Europa dividen sus aproximadamente 650 km2 en tres macizos: el
oriental (Ándara), el central (Urrieles) y el occidental (o de El Cornión). Sus
peñas blancas, parte calizas y parte graníticas, son conocidas desde la
antigüedad. A ellas se referían los primeros textos conservados hasta hoy como
“mons vindius” (montes blancos en latín) Constituyen una fortaleza natural
inabatible, llena de peligrosas simas, desfiladeros (Cares, La Hermida...) con
dos entradas naturales: Espinama al este y Covadonga al oeste. Los Lagos de
Covadonga son algo así como el atrio de entrada a la mansión de los Picos.
Sebastián Álvaro, director de “Al Filo de lo Imposible”, no duda en señalar los
Picos de Europa como una de las tres formaciones montañosas más impresionantes
del orbe, junto con el Karakorum en Cachemira y la Cordillera Darwin de la
Tierra de Fuego.
Lo primero que he de decir sobre los Lagos de Covadonga y
sus alrededores es que no hablamos de un lugar como tantos otros de la bella
geografía española. Este no es un sitio cualquiera. Ni por su majestuosa
belleza montañosa ni mucho menos por su historia: Es nada menos que la Cuna de España. Cierto es que ha habido
mucha historia antes de la batalla que aquí tuvo lugar, desde el neolítico por
lo menos (a pocos kilómetros encontramos las cuevas de El Buxu, Tito Bustillo
en Ribadesella o Altamira en Santillana del Mar, o el ídolo de Peña Tú en
Vidiago, y qué decir de las estilizadas figuras del arte rupestre levantino...)
pero a lo que nos referimos es al nacimiento de España en tanto estado
independiente, en cuanto a país propiamente dicho, para lo que hemos de
remontarnos necesariamente a la batalla
de Covadonga (722). Para comprender adecuadamente los hechos y su
trascendencia debemos hacer un esfuerzo de situación de contexto a inicios del
siglo VIII, en la época del colapso del reino visigodo y la invasión musulmana.
Permítaseme que cuente esta historia a grandes rasgos. Una historia no del todo
alejada de nuestro tema matriz: el ciclismo.
La monarquía
electiva de la Hispania Visigoda tuvo debido a su condición varios episodios violentos
provocados por quienes no quedaban satisfechos con la elección del monarca de
turno. A la muerte de Witiza (710) los nobles godos eligieron al bético Rodrigo en lugar de al hijo de Witiza,
Agila. Los witizianos conspiraron y en un determinado momento se pidió ayuda
externa para derrocar a Rodrigo. Un nuevo episodio truculento de la historia
del reino de Toledo. Así tuvo lugar la conocida historia del Conde don Julián y
la irrupción de Tariq y sus hombres en suelo ibérico. Lo que no se esperaban
los partidarios de Agila era que los mahometanos tenían sus propios planes. En
la batalla de Guadalete (711) librada
entre los de Rodrigo y los invasores el rey visigodo fue muerto y los
musulmanes aprovecharon la caótica situación política (traiciones entre partidarios
de uno y otro, colaboracionismo judío...) para apoderarse de la península.
Juan Pablo II oró ante la Santina (21-08-1989) |
Hubo focos de
resistencia (Sevilla, Mérida, Carmona) que fueron sucesivamente sofocados. La
habilidad militar y la admirable pujanza del Islam, que aún no había cumplido
un siglo, puso sus ojos en un nuevo objetivo: cruzar los Pirineos y ocupar el
reino de los Francos, y el resto de Europa. Los supervivientes de la última era
visigoda huyeron al norte. La mayoría a Francia y un grupo menos numeroso a las
montañas del Norte, la tierra de los astures
y los cántabros. Estos pueblos se
habían mantenido tradicionalmente ajenos a todo tipo de influencias e
invasiones foráneas. La geografía y el clima forjaron en sus naturales un
carácter levantisco e irredento que fue la pesadilla de cuantos pueblos habían
acudido a ocupar sus tierras. El emperador romano Octavio Augusto sudó de lo
lindo –como diríamos ahora- en las Guerras Cántabras y para la mayoría de los
visigodos estas tierras eran casi extrañas. De entre los refugiados en las Asturias
había un noble de segundo rango que había sido espatario (miembro de la guardia
real) primero de Witiza y luego de Rodrigo llamado Pelayo, al parecer natural de estas tierras (unos lo hacen natural
de Cangas de Onís, otros de Cosgaya y otros de Tuy, en Pontevedra, pero criado
en el valle de Cangas). Desde Córdoba se designó a Munuza como gobernador de “las tierras de Galicia” instalándose en
Gijón. Bien por motivos económicos (negativa al pago de impuestos al erario
andalusí – el territorial o jaray y el personal o yizia- o bien por desaprobar
el novelesco interés que Munuza tenía en su hermana) Pelayo se levantó contra
él. Llegó a ser apresado y llevado a Córdoba como garantía de sumisión del
pueblo astur, pero Pelayo consiguió huir y restablecerse en su territorio
montañés.
La Santa Cueva en la actualidad |
Como es
sabido, hay lugares con tan alto grado de “regionalismo”, “chauvinismo” o
“hecho diferencial” entre sus gentes que no aceptan a ningún líder que no sea
de entre los suyos. Algo parecido debió ocurrir en aquellos convulsos tiempos
en Asturias y algo de verdad habría en la raigambre local de Pelayo para que lo
eligieran caudillo en una asamblea. Era el año 718. Desde entonces se llevó a
cabo en la región una política de hostigamiento al poder invasor desde la
omisión del pago de impuestos hasta las acciones bélicas y de pillaje contra
los acuartelamientos andalusíes en la zona. Al cabo de unos años en los que en
Córdoba se peleaba por el poder de Al-Andalus, el nuevo jefe militar Ambasa
envía a Alqama a liquidar la
sublevación pelagiana al frente de un batallón. La empresa tiene éxito y Alqama
y sus hombres reducen a los lugareños forzando a Pelayo y a sus huestes a huir
hacia las montañas. Todos dan por hecho la victoria andalusí. Pelayo, conocedor
del terreno, se encomienda al vértice final del valle de Cangas, una especie de
“ratonera” topográficamente hablando en la que en el monte que la cierra (el
Auseva) hay una cueva en la que ocultarse y desde la que atacar. De ella manan
chorros de agua de distinta magnitud y es centro de culto pagano desde la
antigüedad. Un lugar llamado Covadonga.
Como guía de
la expedición de castigo de Alqama viaja el obispo colaboracionista Oppas,
witiziano y emparentado al parecer con el antiguo monarca godo. Su objeto es
negociar la rendición de Pelayo si tal fuera posible. Las tropas de Alqama (por
lo escueto del terreno no pudieron ser más de dos mil hombres) se adentraron
por el valle hasta llegar a las puertas de Covadonga. Allí se detuvieron y
pasaron la noche esperando al amanecer para apresar a Pelayo o plantarle
batalla.
Teniendo en
cuenta las costumbres militares de la época, todo parece indicar que la batalla
de Covadonga no tuvo lugar como el común de la gente piensa en septiembre, sino
en torno a la última luna llena de la primavera de 722. Algunos historiadores
arriesgan fechas concretas: 28 de mayo, 4 de junio, 18 de junio... Las dos primeras parecen tener más visos de
ser ciertas. La noche antes de la batalla, Pelayo recibió de un ermitaño que
allí vivía una cruz de madera a modo de estandarte (la Cruz de la Victoria). Y en este momento tuvo lugar, según la
tradición religiosa, la aparición de la Virgen
que apeló al valor de Pelayo y a sus hombres en pos de la victoria. “Lucha y
vencerás”, le dijo. Humildemente, me atrevo a sugerir que el resplandor de la
luna llena reflejado en las aguas bajo la cueva produjo algún tipo de luz
especial en el cabo de la gruta provocando la aparición...
Al amanecer
de aquel día, Oppas se dirigió a Pelayo exhortándole a la rendición con la
garantía del disfrute de sus posesiones si se aviene al pago de tributos como
el resto de la población. Pelayo se niega y comienza la batalla. La niebla, dueña y señora de las montañas de la región,
hace acto de presencia. Tiñendo la historia de leyenda griega se nos cuenta
que, coincidiendo con el fragor de la batalla, una súbita tempestad arreció
sobre Covadonga infundiendo el terror entre la soldadesca de Alqama. La suerte
de las armas fue favorable a los defensores y los muslimes fueron vencidos. En
el momento de la huida de éstos, Pelayo y sus hombres se lanzaron desde la
cueva sobre ellos, cortando su formación al precipitarse desde la loma de El
Cueto (donde actualmente se halla la basílica). Las tropas de Alqama quedaron
partidas en dos facciones huyentes:
a) Los más alejados a la cueva, tomaron el camino de vuelta y huyeron en
desbandada hacia Gijón, donde Munuza
esperaba el resultado de la expedición de castigo. Pelayo y parte de sus
hombres persiguieron a los soldados vencidos hasta Gijón, donde liberaron la
villa (por ello la imagen de Pelayo conforma el escudo de Gijón) y Munuza huyó
en dirección a Al-Andalus por el camino del puerto de La Mesa. Fue interceptado
y se le dio muerte –según las crónicas- en el lugar entonces llamado Olalíes
identificado actualmente con San Vicente de Proaza, en las primeras
estribaciones de la subida al Aramo –más concretamente del Gamonal- y por lo
tanto, por ironías del destino, cerca de las primeras rampas de otro santuario
ciclista: El Angliru.
b) Los que se hallaban metidos de hoz y coz en el breve campo de batalla no
tuvieron otra salida que huir por donde la topografía les invitaba y subir –sin
ellos saberlo- hacia los Lagos y los Picos de Europa propiamente dichos.
Algunos de los hombres de Pelayo que no tomaron el camino de Cangas de Onís
persiguieron a los soldados de Alqama durante los primeros kilómetros de la
ascensión, alcanzándoles en una zona de gran pendiente con un barranco a la
derecha. Hubo una masacre de la que pocos soldados pudieron huir. Los más
prosaicos dicen que los huesos que permanecieron en el fondo del barranco
durante siglos eran de ganado muerto, pero no son pocos los que afirmaban que
eran de los soldados pasados por la espada. La zona quedó bautizada desde
entonces como “La Huesera”... ¿a que
nos suena ese nombre? Los supervivientes
continuaron la ascensión. Probablemente no divisaron el lago Enol pero con toda
seguridad bordearon el de La Ercina. Continuaron la huida atravesando Amuesa,
los Urrieles, la garganta del Cares... Después de varias jornadas de fatigosa
huida a través de un laberinto calizo lleno de simas los que sobrevivieron a
esta peligrosa ruta llegaron a Espinama y Cosgaya,
en la Liébana, donde fueron víctimas de la ira local o, según la leyenda, de un
desprendimiento de rocas “ex divina poena”.
Tras la
batalla de Covadonga Alqama fue muerto y el obispo Oppas apresado. En la
Córdoba musulmana se dio muy poca importancia a aquella derrota. Enfrascados en
el paso a Francia-Centroeuropa y en sus propias guerras intestinas por el poder
en Al-Andalus, poco les importaba que por aquellas agrestes y estériles
montañas del noroeste se hubieran dado un reyezuelo y que se mantuvieran al
margen del pago del jaray y de la yizia. No era la primera vez que el ejército
islamita era derrotado: un año antes ocurrió en la batalla de Toulouse (9 de junio de 721), pero de aquella
infructuosa escaramuza nació un reino que, desde entonces, les iría poco a poco
tomando terreno hasta que unido a otros que se fueron formando a posteriori
reconquistar toda la península, y acto seguido tomando posesiones en la costa
africana. De este modo, en Covadonga, nació no sólo el reino de Asturias, sino
el propio estado español. De ahí que a Covadonga se la designe como “La Cuna de
España” y que a la luz de estos hechos y de la lógica haya quien consideremos
ignominioso que la Virgen de Covadonga no haya sido designada patrona de España
(en favor de la del Pilar) o un agravio la ausencia de la Cruz de la Victoria
en los sucesivos escudos de los distintos regímenes que en España ha habido.
Después, ya se sabe. Los españoles somos como somos y los franceses también, y
estos rentabilizaron mucho mejor Poitiers (732) que nosotros Covadonga (diez
años antes).
Conocida la historia, hagamos un poco de turismo.
Aprovecharemos el itinerario de la etapa para recorrer los lugares más
especiales de esta idílica región montañosa.
En muchas ocasiones la subida a los Lagos de Covadonga ha
ido precedida de una cima de primera categoría a cuarenta kilómetros de meta:
el Mirador del Fito. Su carretera
penetra en la sierra del Sueve, cuya más alta cumbre (El Pienzu, 1.160m)
representa la cumbre de más de mil metros más cercana a la costa de toda
Europa. Tanto desde el Mirador del Fito como desde El Pienzu se contemplan
incomparables vistas de todo el oriente asturiano, desde la cercana costa hasta
los Picos de Europa, pasando por los valles que los circundan (tengo el privilegio de afirmarlo por propia
experiencia). El mirador es una especie de púlpito asomado vertiginosamente
al abismo y es visitado sobre todo en verano por cientos de personas. Desde el mirador, a lo lejos, entre las más altas montañas,
podemos hacer un esfuerzo para divisar nuestra meta. La
carretera de El Fito es también el escenario de una conocida prueba
automovilística (la Subida al Fito). Miguel Indurain, el quíntuple campeón del Tour de Francia, tenía este puerto atravesado. Le pasó de todo: pinchazos, "pájaras"... incluso una grave caída con rotura de escafoides.
Salida del Descenso del Sella en Arriondas |
Bajando por la sinuosa y en ocasiones mareante carretera
del Fito bajamos a Arriondas, capital
del concejo de Parres y localidad famosa por ser el punto de partida del
Descenso del Sella, prueba lúdico-deportiva de piragüismo creada por el catalán
Dionisio de la Huerta en 1930 que tiene lugar cada primer sábado de agosto y
que recorre los veinte últimos kilómetros de río hasta su desembocadura en
Ribadesella. El Sella es el río que desde la antigüedad ha sido la frontera
entre los astures y los cántabros y con posterioridad entre las Asturias de
Oviedo y las Asturias de Santillana (tierras que ocupaban desde el Sella hasta
la ciudad de Santander). De ahí el nombre plural de “Asturias” -único en España
salvo las islas- y hecho por el cual algunos asturianos somos reticentes a
nombrar como “Cantabria” a la provincia de Santander del mismo modo que los
griegos rechazan llamar “Macedonia” a la actual ex república yugoslava. Cosas nuestras...
En Arriondas confluyen las aguas del Sella con las de su
afluente Piloña a su margen derecha, que da nombre al concejo próximo cuya
capital es Infiesto. Arriondas es famosa por ser uno de los centros
gastronómicos principales de la región y, desgraciadamente, por las crecidas
del Sella que la inundaron el pasado invierno. Al salir de Arriondas en
dirección oeste nos hallamos ante dos caminos. Uno a la izquierda nos llevará
paralelamente al río hasta Ribadesella. El otro, a la derecha, remontando el
río nos lleva a Cangas de Onís, a 7
kilómetros de Arriondas y 25 a meta.
Panorámica de Cangas de Onís |
La entrada a Cangas de Onís desde Arriondas es un
precioso recorrido recto bordeado por una fila de árboles a cada lado de la
carretera, que culminará en un giro de 90º hacia la izquierda en el que nos
toparemos con su famoso puente medieval sobre el Sella, recatalogado
popularmente como “romano”, de cuyo vértice suele pender la Cruz de la
Victoria, el emblema regional. Es la capital del concejo homónimo que comprende
a Covadonga y a sus Lagos, aunque tiene un pasado aún más glorioso: Si nos
referimos a Covadonga como “la Cuna de España”, Cangas de Onís fue su primera
capital y gracias a este hecho histórico cuenta con el título de “ciudad”,
único en Asturias junto con Oviedo. Si bien su nombramiento tuvo lugar en
fechas relativamente próximas, en 1907. A Cangas de Onís me unen gratos
recuerdos de mi infancia debidos a mis frecuentes visitas en los años 80 y
primeros 90.
Tras el giro a la izquierda junto al puente la carretera
continúa, saliendo de Cangas hacia el este. Al cabo de pocos kilómetros una
nueva bifurcación. Hacia la izquierda se va a Cabrales, Panes y la provincia de
Santander. Hacia la derecha, la carretera AS-262 nos llevará hacia nuestro
destino. Veremos cómo la carretera discurre por un hermoso valle con pequeñas
poblaciones (La Riera, Muñigo) y en la que encontraremos varios hoteles y
comedores. En uno de ellos, el Hotel El Capitán, Miguel Indurain puso prácticamente fin a su carrera profesional
como ciclista. En aquella Vuelta de 1996, después de no conseguir su 6º Tour de
Francia consecutivo, el campeón navarro se había visto casi obligado a
participar por la presión de los patrocinadores y del propio director deportivo
José Miguel Echávarri. No se encontraba a gusto Miguel en aquellas
circunstancias y bastó un desfallecimiento subiendo el Mirador del Fito
(recorrido similar al de este año) para que Indurain dijera “basta”. Al llegar
a la altura del hotel en el que se había alojado el equipo Banesto para aquella
noche Miguel se paró, esperó el paso de los coches de los directores de equipo
y cruzó la carretera hacia la izquierda metiéndose en el hotel. De esta imagen
que a todos los amantes del ciclismo nos entristeció ya han pasado 16 años, y
parece que fue ayer...
La carretera se estrecha, el valle también y el piso
comienza a subir ligeramente. Aumentan las curvas, el bosque que rodea la vía
se hace cada vez más frondoso... al cabo de un par de kilómetros avistamos a lo
alto la basílica neogótica de Roberto Frasinelli. Nos aproximamos a Covadonga.
A falta de un kilómetro más o menos, en un recodo de la carretera, una zona de
merenderos con un pequeño obelisco. Es el “Repelao”, donde según cuenta la
tradición Pelayo fue elegido como rey. Desde aquí la carretera se empina lo
suficiente para que algunos lo consideren el inicio del puerto. Otros esperan a
la entrada en el Santuario, en la Hospedería del Peregrino, en la que solía
instalarse el sprint intermedio, meta volante o lo que en cada época se
denominara. Al instante, una rotonda. Aquí se plantó el ejército de Alqama y
aquí se desvían los caminos que conducen (100 metros al frente) a la Santa
Cueva y, tras dar la curva hacia la izquierda (CO-4), a los Lagos. Hasta
aproximadamente 1992 la carretera comenzaba exactamente debajo de la Cueva pero
fue desplazada por los atascos que provocaba. Debido a normativa proteccionista
con el Medio Ambiente, el acceso a la CO-4 en temporada alta está restringido a
una línea de autobuses y vehículos autorizados.
Fuente de los Siete Caños |
¿Qué decir de Covadonga?
Impresiona el arbolado, la proximidad de las peñas, la visión de la Cueva desde
abajo, junto al estanque en el que los chorros de agua vierten su contenido. A
mano izquierda un camino siempre húmedo y poco apto para miedosos e hidrófobos
lleva a la Fuente de los Siete Caños famosa por estos versos: “La fuente de los Siete Caños / tiene unas
aguas muy claras / moza que de ella bebe / dentro del año se casa”. Covadonga
también tiene su propio himno, que comienza así: “Bendita la Reina de nuestras montañas / que tiene por trono la Cuna de
España / Y brilla en la altura más bella que el sol / Es madre y es reina.
Venid peregrinos / que ante ella se aspiran amores divinos / y en ella está el
alma del pueblo español...”. Los leones que adornan la explanada bajo la
Cueva siempre han sido la montura favorita de los niños que por aquí pasan.
Esta Cueva padeció un incendio en el siglo XVIII que la
destruyó casi por completo. Se tardó en la reconstrucción que no llegó hasta
pasado un siglo, con una fisionomía similar a la actual. Tiene dos accesos.
Desde abajo, una escalera de más de cien peldaños sube por el lado derecho.
Suele ser ascendida de rodillas por los fieles que hacen promesas o agradecen
favores a la Virgen. El otro acceso da menos vértigo y es más sugerente. Un
túnel de unos cien metros de longitud se adentra por la peña y nos lleva rectos
hasta la Cueva. La preside la imagen de la Virgen
de Covadonga, la “Santina”. La talla guarda poco parecido con
la original perdida, que se estima era similar a la de la Virgen de Encinillas
de Cillaperlata (Burgos). Esta imagen fue escondida durante la guerra civil y
tras un azaroso y clandestino trayecto apareció en un desván de la embajada de
España en París al término de la guerra. Dos meses después fue devuelta a
Covadonga a través de una histórica y solemne procesión por el centro de
Asturias que hizo parada de unos quince días en Oviedo y que duró varias
semanas.
La basílica, desde una oquedad del túnel de la Santa Cueva |
La vista desde la Cueva impresiona, mires al frente o
hacia abajo. Dentro de la Cueva se halla la tumba de Pelayo, cuya visibilidad
conoció varias modificaciones. En un corto trayecto, una explanada nos conduce
hacia la basílica de Santa María la
Real de Covadonga, obra neogótica de Roberto Frasinelli inaugurada el 8 de
septiembre de 1901, erigida sobre el alto de El Cueto. Hace demasiado tiempo
que no acudo a Covadonga y no se si continúan allí, junto al altar, las
banderas de los países americanos de habla hispana, incluida la de los Estados
Unidos, como símbolo del panhispanismo que aquí ha nacido. Personificando, es
como guardar cosas de los nietos en la casa de la abuela. En la plaza junto a
la entrada a la basílica, una efigie de Pelayo, con la Cruz de Priena al fondo
y el Auseva al frente. La pequeña avenida que conduce a la basílica tiene un
pequeño parque al lado en el que me cansé de corretear cuando era niño. Al cabo
de la explanada, a medio camino entre la Cueva y la basílica, un camino por la
ladera del Auseva nos conduce a la Gran Campana o “Campanona” de cuatro
toneladas de peso, premiada en la Expo de París de 1900. Además, Covadonga
cuenta con museo, colegiata, escolanía y otras dependencias propias del
Santuario. Al tener carácter sagrado, en este lugar hay varios carteles
pidiendo “silencio”, si bien lo sobrecogedor del paisaje ya invita a ello.
Acudir en un día soleado a Covadonga es como llegar al paraíso. En un día
lluvioso de noviembre (una de mis últimas visitas, y mi última a los Lagos)
tiene algo de fantasmal.
Covadonga desde el Mirador de los Canónigos |
Subamos por último a los Lagos. La carretera discurrirá al principio por un terreno arbolado
para, desde La Huesera, atravesar un terreno alicatado por la roca caliza. Sin
entrar en detalles que comprenden a la segunda entrega, diremos que hay varios
miradores desde los que admirar el paisaje montañoso. El primero que
encontraremos es el Mirador de los
Canónigos, (a 400m de altitud) con una vista prácticamente aérea sobre
Covadonga (unos 220m) adivinada entre los árboles. Tras pasar La Huesera y
avanzar un kilómetro encontraremos el Mirador
de la Reina. Una curva en la carretera, hacia la izquierda, en el terreno
de falso llano, a exactamente 900m de altitud y a 5 kms de meta. En los días
despejados, se ve toda la parte norte de la Montaña de Covadonga, al fondo la
sierra del Cuera y tras ella, la línea azul del mar. El Rey (al final de la
Vega de Enol) y el Príncipe (en Buferrera) tienen su propio mirador.
Desde el
Mirador de la Reina hasta avistar el Lago Enol quedan unos tres kilómetros de
sinuosa carretera rodeada de piedra caliza blanquecina. Una de las caprichosas
formas que la erosión del viento produce en la caliza es la figura de la “Trompa
(o Cabeza) del Elefante”, visible desde la carretera aunque se puede
apreciar en la roca el elefante entero. Poco antes, la majada de Teón (975m, a 3.5 Kms de meta).
Fácilmente reconocible por el aficionado al ser el punto en el que la carretera
desciende, un par de kilómetros antes de llegar a los Lagos. El paisaje que se
ve en este lugar es igualmente fantástico. Pasados estos dos lugares, una nueva
y definitiva bajada con curva hacia la izquierda nos lleva al lago Enol. De tal modo, que parece que
nos fuéramos a precipitar en él. Este primer lago tiene 24 metros de
profundidad y a diferencia de su vecino de La Ercina no tiene vegetación.
Rodeado por la porra de Enol, el Mosquital y el Sohornín, parece encajonado en
este lugar como si de un embalse se tratara. Un camino a la derecha conduce
hacia la vega de Enol, en la que se celebra una fiesta cada 25 de julio. Justo
tres meses antes tiene lugar por la misma carretera la subida de los pastores con
sus reses “al puertu”, que culmina aquí. De hecho, no será raro encontrar a lo
largo de la ascensión varios animalitos.
A falta de poco más de 3kms la carretera baja hacia Teón (streetview google) |
Hay que destacar un detalle en la bajada al Enol. En la
ladera del monte contiguo, el Sohornín,
justo donde hoy se coloca la pancarta del último kilómetro a meta, llegaremos a
una especie de panel con rocas talladas en forma cúbica con nombres grabados en cada uno de los cubos. Retrocedamos 25 años
en el tiempo... Cuando la niebla cubre este lugar, las simas y acantilados son
un verdadero peligro y en ellos pueden perderse incluso los más expertos
conocedores de la zona. El caso más mediático de desapariciones en los Lagos
fue el del niño Germán Quintana, un
tímido muchacho ovetense de 13 años que desapareció en una excursión de su
colegio el 7 de junio de 1987. Siempre callado, nadie se percató de su ausencia
hasta que el grupo bajó a Covadonga. Se le buscó durante días por la zona del
Mirador de Ordiales y la Junjumia pero no apareció. En su lugar lo hizo otro
muchacho de sorprendente parecido con Germán, perteneciente a otra excursión
posterior. Desesperados por la falta del muchacho, se requirió la ayuda del por
entonces único grupo de salvamento con perros de España: los voluntarios vascos
coordinados por la “Ertzaintza”. Tras dos días de búsqueda infructuosa, el
viernes 12 a las 15:00h el grupo se retiró. Unos bajaron por la carretera y
otros en helicóptero. Se lo jugaron a los chinos. Se jugarían algo más que
bajar a Covadonga cómodamente. Al despegar, las malas condiciones atmosféricas,
la niebla y una súbita ráfaga de viento provocaron que el helicóptero se
estrellara contra el Sohornín, junto al Enol. Fallecieron en el acto cuatro
perros de salvamento y siete personas. Seis hombres y una mujer llamada Lourdes
Verdes, profesora en Elorrio (Vizcaya) que dejó viudo y dos hijos llamados Anne
y Urko. A ella la conoceríamos años después como la presentadora de TV Anne Igartiburu. Cada junio se realiza
un emotivo homenaje a los fallecidos (“aurresku”
incluido) ante este monumento erigido en el lugar exacto del siniestro. Se
cuenta que Anne acude discreta y privadamente a rendir homenaje anual a su
madre fallecida. De Germán, como de otros desaparecidos (varios lugareños y visitantes,
entre ellos un soldado experto en montañismo) nunca más se supo.
La zona tiene varios valles de formación glaciar del
período cuaternario. Los Lagos de Covadonga son dos (Enol y Ercina) pero
llegaron a ser tres e incluso cuatro en la antigüedad. Tras la peña del Bricial
encontramos la vega del mismo nombre, en la que se forma el tercer lago en
época de deshielo durante algunas semanas. Detrás del Sohornín, en la amplia
vega de Comeya (que atravesaron
probablemente los soldados de Alqama) se halla el lecho del cuarto lago, que no
se llegó a conocer pero se estima que existió. En Comeya hay un lavadero
herencia de la explotación minera de Buferrera,
próxima tanto a Comeya como a Enol, desde donde se accede bajando sólo unos
metros al NE. Las minas de hierro y manganeso estuvieron activas desde mediados
del XIX hasta su cierre definitivo en 1979 por presiones ecologistas. Estas
mismas presiones han desviado la carretera desde el Enol hasta el Ercina por
Buferrera, privando inútilmente a la subida de unos 500 metros y de una última
rampa al 15%. No está probado que ello repercuta positivamente en el ecosistema
de la zona. Ahora queda en la zona el museo de las minas y el aparcamiento.
Los Lagos de Covadonga: Enol (arriba) y La Ercina (abajo) |
El lago de La Ercina,
finalmente. Éste sí tiene vegetación lacustre (los líquenes cubren la parte
norte de su superficie de modo casi permanente) lo que le hace mucho más
interesante para los biólogos que su vecino Enol. Su paisaje con la pradera de
la Tiese como antesala es magnífico. Es muy poco profundo (unos 2.2 metros) y
tiene forma alargada. Detrás del se elevan las peñas Santas. Junto a él se
elevan el Bricial y el Mosquital, que le separan del Enol, y el Pico Lucía a la
izquierda (Este). Entre éste pico y el lago se puede atravesar un camino que
nos abre de par en par las puertas de los Picos de Europa. Es el camino que se
estima que siguieron los soldados huidos de Covadonga y es el que nos lleva a
través de las majadas de Balbín y Amuesa -atravesando el murallón que cierra
ésta- hasta el macizo de los Urrieles y a la cumbre más emblemática de toda
Asturias. La Cuna del Alpinismo patrio: El Urriellu.
Más conocido como el Naranjo de Bulnes.
Ascendido por primera vez en 1904 por todo un personaje: Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y Gregorio Pérez “El Cainejo”
(natural de Caín). De Pidal hablaremos en un futuro artículo, pues tiene una
vida que merece la pena contar. Amén de haber sido el primer medallista
olímpico español (honor que hace poco le retiró el COE en una de sus polémicas
decisiones) y de ser el conquistador del Naranjo, Pedro Pidal fue el promotor
del primer Parque Nacional de España: el de la Montaña de Covadonga (1918)
ampliado en 1995 al conjunto de los Picos de Europa. Junto al Naranjo de Bulnes
se encuentra la cima más alta de toda la Cordillera Cantábrica: Torre Cerredo (2.648m).
Hay muchos más detalles y sitios de los alrededores que
merece la pena conocer, pero me apiadaré del lector y de su paciencia. Espero
que haya disfrutado con este recorrido turístico-histórico. En la próxima
entrega nos ocuparemos de lo meramente deportivo de la ascensión a los Lagos de
Covadonga.
Estupendo artículo
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