Nayim, el héroe de la final, con la Recopa |
Hoy se cumplen veinte años de
una noche inolvidable para los aficionados al fútbol. El 10 de mayo de 1995 en
el Parque de los Príncipes de París el Real Zaragoza tuvo su mayor momento de
gloria al ganar la Recopa. La fiesta aragonesa tuvo lugar tras una final
intensa, con prórroga incluida, coronada con un increíble gol marcado por
Mohamed Ali Namar, conocido como “Nayím” (el afortunado), que pasó a la
historia del fútbol europeo. Un chut parabólico desde unos cuarenta metros, en
el último suspiro de la prórroga, más propio de la fantasía de cualquier
aficionado que de la realidad.
El club zaragocista vivía entonces
un gran momento. Lo presidía Alfonso Solans, propietario de la conocida marca de
colchones Pikolín y a la sazón personaje peculiar, pues tras su aspecto de venerable
septuagenario se escondía un hombre enérgico, fervoroso y entusiasta, forofo a ultranza
del Real Zaragoza. El entrenador era Víctor Fernández, un hombre local, muy
joven y aún activo a día de hoy, primero de su promoción de técnicos y tenido como un
apóstol del fútbol de toque y ofensivo cuando era un anatema. Y contaba con un
notable grupo de jugadores a sus órdenes. Los más conocidos fuera del ámbito
zaragocista eran el veterano y altísimo portero Andoni Cedrún (hijo del mítico
portero del Athletic Carmelo), el miembro emigrado de la “Quinta del Buitre”
Manuel Pardeza, los canteranos del Real Madrid Solana, Santi Aragón y
Nayim, el joven delantero argentino con testimonial paso por aquel club Juan
Eduardo Esnáider, el ex-mallorquinista Higuera, los potentes jugadores
sudamericanos Poyet y Fernando Cáceres y el lateral Belsué. Este equipo
ganó en 1994 la Copa a penaltis ante el RC Celta de Vigo, y en consecuencia
representó a España en la segunda competición continental. La Copa de Campeones
de Copa, castizamente bautizada desde el primer día como “Recopa”, hoy
fusionada con/absorbida por la Copa de la UEFA en eso que hoy llaman Liga
Europa o “Europa League”.
La Recopa tenía un gran
prestigio. Evidentemente no era la Copa de Europa pero al enfrentar a los
campeones de Copa de cada país se consideraba a su campeón como una especie de
vicecampeón europeo. Varios clubes españoles la habían obtenido. El primero de
ellos el Atlético de Madrid en su segunda edición (1962). También el Valencia y
el Barcelona, éste en tres ocasiones y en el futuro una cuarta. Sin embargo,
este trofeo tenía una maldición. Ningún club campeón conseguía revalidar su título
la temporada siguiente como sí había ocurrido en Copa de Europa o en la Copa de
la UEFA.
El Real Zaragoza afrontaba su cuarta participación en la
Recopa, una competición que se le daba bastante bien a los blanquillos (dos
veces semifinalistas en 1965 y 1987 y una vez cuartofinalistas en 1967). Las
primeras eliminatorias embarcaron al Zaragoza hacia el este, superando
sucesivamente al Gloria Bistrita rumano y al Tatran Presov eslovaco. La gran
prueba para el equipo de Víctor Fernández fue la eliminatoria de cuartos de
final ante un viejo conocido en Europa: el Feyenoord. En el encuentro de ida
disputado en Rotterdam los holandeses obtuvieron una mínima ventaja de 1-0
gracias a un gol de Henrik Larsson, por entonces con aspecto de melenudo rastafari. El Zaragoza necesitaba vencer para superar
los cuartos de final y en un gran partido en La Romareda los maños se alzaron
con la victoria por 2-0. Pardeza y Esnáider fueron los goleadores en la segunda
mitad.
Los titulares de la final de París: Cáceres, Poyet, Cedrún, Solana, Nayim, Aguado / Esnáider, Higuera, Belsué, Aragón, Pardeza |
También Pardeza y Esnáider marcaron en la ida de
semifinales ante el Chelsea. Aquel fue otro gran partido en Zaragoza que terminó
con victoria local por 3-0 y que, en apariencia, dejaba a los aragoneses a las
puertas de París. Pero el club londinense –aún con las bajas y lesiones que
padecía en ese momento- siempre ha sido un rival competitivo y correoso. La
visita a Stamford Bridge iba a ser un suplicio para los zaragocistas. Tampoco
el Zaragoza estaba muy entero. Su defensa central Aguado y el medio Poyet eran
baja. El Chelsea se lanzó desde el primer minuto sobre la portería del joven
Juanmi –que alternaba titularidad con Cedrún-. Un gol de Santi Aragón empataba
el marcado por Furlong en la primera parte, pero desde entonces el club inglés
arrinconó al español. Varias paradas de Juanmi fueron decisivas y con el 3-1
final el Zaragoza se clasificó para la final de la Recopa’95.
[Llegados a este punto, por aquello de los “spoilers” os
sirvo la final pensando en quien no la haya visto y quiera disfrutarla aún
sabiendo quien gana al final]
Real Zaragoza - Arsenal (10/05/1995) Completo
www.youtube.com/watch?v=KiGC7XpPXNY
www.youtube.com/watch?v=KiGC7XpPXNY
El rival del Real Zaragoza en la final de París iba a ser
nada menos que el vigente campeón de la Recopa, el Arsenal. Otro gran club
londinense con varias figuras internacionales (El portero Seaman, el rocoso
central Tony Adams y el medio sueco Stefan Schwarz entre otros). Buena parte de
la prensa -incluidos algunos medios españoles- apostaron por la victoria de los
“Gunners” y por el hito histórico hasta entonces no logrado: dos títulos
seguidos de Recopa. Los supersticiosos abominaban del Parque de los Príncipes,
estadio casi sinónimo de derrota para los de España. Incluso la Casa Real parecía
no poner la mano en el fuego por los maños, pues rebajó su opción más lógica al
enviar en lugar del entonces Príncipe soltero Felipe a la recién casada infanta
Elena. Pero los zaragocistas viajaron a la capital francesa con gran fe en sus
posibilidades. El primero de ellos, el presidente Alfonso Solans. Totalmente
convencido de la victoria de sus muchachos, faltaría más.
El hermoso estadio parisino acogió un ambiente
extraordinario aquella tarde-noche del miércoles 10 de mayo de 1995. La nutrida
y colorista hinchada del campeón inglés, con sus banderas, pancartas y cánticos
se topó enfrente como ante un espejo con unos dieciocho o veinte mil
aficionados del Real Zaragoza que les dieron réplica. Hasta entonces era
inusual ver a una grada de fondo no inglesa rivalizar e incluso superar a los “supporter”
británicos en colorido y entusiasmo. Fue la primera victoria maña en París.
Víctor Fernández se decidió por la experiencia de Cedrún
frente al gran momento de Juanmi para la final. El resto estaba en manos de los
centrocampistas Aragón, Nayim y Poyet, imprescindibles para plasmar en el césped
la idea con la que el Real Zaragoza afrontaba esta final: posesión de balón
frente al empuje y los pases largos del Arsenal. Con esta premisa el Zaragoza
tomó las riendas del encuentro desde los primeros minutos. Los españoles se
acercaban más y mejor al área rival que los ingleses, que optaron por el
contragolpe. La primera mitad terminó con empate a cero y algunas ocasiones desperdiciadas
por parte y parte.
El Gol de Nayim, según Seaman |
La segunda mitad iba a probar la resistencia cardíaca de
los espectadores. Pese al gran empleo de los centrales (fue un partido más que
notable tanto de la defensa maña Aguado-Cáceres como del temido Tony Adams),
las ocasiones de gol iban en aumento con varios sustos para unos y otros.
Mediada la segunda mitad, Esnáider recoge frente al área un pase desde el
centro del campo y conecta un poderoso zurdazo que deja clavado a Seaman. El
primer gol del Real Zaragoza fue celebrado con entusiasmo y aportó en
apariencia una gran seguridad a la expedición zaragocista. Pero pocos minutos
después una jugada de ataque británico un tanto embarullada terminó con chut
cruzado de Hartson que bate a Andoni Cedrún e iguala la final. Vuelta a
empezar. Tras unos minutos de tensión y nervios, ambos equipos se relajaron en
los últimos instantes como si pactaran la prórroga.
Se temía esta circunstancia, ya que los clubes ingleses
suelen presumir de una condición física sobresaliente, aunque el Zaragoza
contaba con la pequeña ventaja de la segunda sustitución aún no efectuada. De
la prórroga recuerdo nervios y más nervios pero pocas ocasiones de gol
propiamente dichas. En todo caso, tras los 30 minutos extra, se acercaba la
suerte suprema de los penaltis.
Con medio estadio encomendándose a Seaman y el otro medio
rezando a Cedrún y a la Virgen del Pilar, un balón en el centro del campo -por
la derecha y cerca de los banquillos- es recogido por Nayim. El ceutí otea la
posición del delantero centro Esnáider con el rabillo del ojo. Juzgándole en
mala posición y viendo a Seaman algo adelantado, cree que nadie le va a echar
en cara lanzar un postrero pelotazo. Quizás pensó “si sale fuera, por lo menos
tendremos unos instantes de calma antes del final y de los penaltis”. Mohamed
Ali Namar chutó con la derecha con potencia. El balón se elevó cual bala de cañón
y describió una perfecta parábola de camino a la portería tras la que se
hallaban los hinchas maños. Seaman se percató enseguida del peligro y volvió
sobre sus pasos para tratar de detener el balón. Pero a cada metro recorrido aquel
chut se descubrió más peligroso de lo que pudiera parecer. El esférico bajaba
ya cuando Seaman se echó hacia atrás desesperado y estiró su brazo para parar
el balón pero éste cayó fuera de su alcance. Dentro de la portería. París se
estremeció. Zaragoza tembló. 2-1 y sin tiempo para más. El Real Zaragoza,
gracias a ese osado chut de Nayim, conquistó la Recopa. Hubo quien atribuyó
intercesión mariana en aquel chut de Nayim, ceutí musulmán. Divino o no, aquel
gol inverosímil representa aún hoy una de las formas más espectaculares para
ganar un título en el deporte.
Las imágenes de la celebración del gol con Víctor Fernández
incrédulo echándose las manos a la cabeza, las del final del encuentro con
Poyet llorando sobre el césped como si hubiera caído lesionado, las de la
entrega de la Copa de Campeones de Copa con “Pitufo” Pardeza sosteniendo con
los dientes la cajita con su medalla mientras alzaba el trofeo, y las de la
celebración con el infortunado Fernando Cáceres encaramado al larguero o la de
la Plaza del Pilar zaragozana atiborrada de gente casi veinticuatro horas después
para aclamar a los campeones quedaron grabadas en la memoria de los aficionados
blanquillos para siempre.
Yo lo viví
escuchando en aquella ocasión la retrasmisión de José María García y el animoso
(y ultrasportinguista) Gaspar Rosety. Pese a que el veterano periodista
deportivo de origen luarqués siempre ha hecho gala de ser un hombre peculiar y
heterodoxo, era chocante oírle repetir los apodos que Rosety se sacaba de la
manga para los jugadores del Real Zaragoza: “Nayim Gigi”, “Gardel Esnáider”, “Cedrún
Ñaka-Ñaka”, etc. También recuerdo los gritos de pánico del público presente en
el estudio cada vez que el Arsenal tenía una ocasión de gol. Y qué decir de la
narración del último gol: “Ojo al pelotazo, Nayiiiiim... Gooooooool (así un par
de minutos) Gigi, Gigi, Gigi, gooooool del Zaragoza. Mohamed, Ali, Namar, marcó,
Nayiiiiiim”. Siempre pensé que ser locutor deportivo era uno de los mejores
trabajos posibles.
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