El boxeo es, sin lugar a dudas, el deporte que mejor se ha llevado con el cine. Varias películas dedicadas al deporte de las doce cuerdas son iconos del séptimo arte (“Toro Salvaje”, “Rocky”...) A pesar de que su dramatismo ha captado desde siempre la atención de las cámaras el pugilato tiene actualmente mala prensa debido a que en los últimos años se ha impuesto un canon moral de pensamiento único que identifica este deporte con la exaltación de la violencia. Llama mucho la atención cómo en España, cuna o patria adoptiva de varios campeones internacionales (Uzcudun, Urtain, Carrasco, Legrá, “Gitano” Jiménez, Perico Fernández, Castillejo y tantos otros) se le ha dado la espalda al boxeo cuando, en tiempos (ahí están las hemerotecas), llenaba páginas y páginas de la prensa deportiva y general.
Asumiendo el punto de vista de los afroamericanos en plena efervescencia de la lucha por los derechos civiles “Cuando éramos reyes” toma partido indudablemente por Muhammad Ali, el deportista que más se significó en favor de esta causa en la década de los sesenta junto con los atletas de la delegación estadounidense de México’68 (todos tenemos en mente los puños en alto de Smith y Carlos) y Kareem Abdul-Jabbar, entre otros. Sin ir más lejos, los primeros minutos del filme se dedican a narrar en apuntes los primeros treinta y dos años de la vida del famoso boxeador de Louisville.
Ali, captado por la Nación del Islam, organización religiosa liderada por Elliah Muhammad y Louis Farrakhan a la que no era ajeno el ideólogo de la revolución pro-derechos civiles Malcolm X, justificó por motivos religiosos rechazar su alistamiento para combatir en la guerra de Vietnam. Por ello fue repudiado por amplios sectores de la sociedad estadounidense que le tacharon de antipatriota, pero al mismo tiempo fue elevado a la categoría de héroe por sus “hermanos” negros que le acogieron como un referente en su lucha por la igualdad y la independencia, admiración que se propagó por todo el mundo y de manera especial en países africanos como Zaire. Vigente campeón del mundo en 1967, fue desposeído de su título y permaneció sancionado durante tres años y medio en los que no pudo competir. A finales de 1970 volvió al ring gracias a una decisión judicial y, pese a que según muchos especialistas había perdido en este largo intermedio su frescura y explosividad, Ali se esforzó para presentarse como aspirante al título mundial y reconquistar su corona de los pesos pesados.
Muhammad Ali era famoso no sólo por sus hazañas en el ring o por sus inquietudes político-religiosas. El rasgo que más se recuerda de su carácter es su locuacidad. Cada frase de Ali era un ejercicio de egolatría aleccionadora que –para que los aficionados actuales se hagan una idea- dejaría en ridículo las más excéntricas y prepotentes declaraciones de Cristiano Ronaldo. En “Cuando éramos reyes” abundan las “largadas” de Ali. Algunas de ellas realmente cómicas, como cuando afirma que es tan rápido que al tocar el interruptor en la puerta de su habitación él ya estaba acostado antes de que la luz se apagara (sic). Declaraciones sólo al alcance de un botarate o de un genio. De esta forma pretendía intimidar o provocar a sus rivales antes de cada combate. Esta característica inspiraría más tarde al personaje de Apollo Creed en “Rocky”, si bien éste -a diferencia de Ali- envolvía sus parrafadas prepotentes entre las barras y las estrellas de la bandera estadounidense. Sus declaraciones públicas eran referidas con división de opiniones. Para unos, bravuconadas. Para otros, poco menos que la voz de Dios.
[No quiero extenderme más a propósito, ya que albergo la intención de escribir sobre la interesante trayectoria de Muhammad Ali tan pronto como me sea posible]
En 1974, George Foreman era el boxeador revelación de la máxima categoría. Campeón olímpico en 1968, con veinticuatro años recién cumplidos había conquistado el título mundial venciendo al legendario Joe Frazier por K.O. en el segundo asalto (22 de enero de 1973). Aquella aplastante victoria y sus dos defensas posteriores ante José Román y Ken Norton, resueltas de forma aún más apabullante, auguraban el comienzo de una nueva era del boxeo dominada por el púgil tejano. Era un extraordinario pegador no exento de cualidades técnicas que dominaba el espacio en el ring. A diferencia del locuaz Ali, Foreman era –por aquel entonces- un personaje arisco con la prensa y caía antipático a muchos aficionados.
Las comparaciones con el arrollador Ali de los primeros sesenta no se hicieron esperar. Ambos campeones olímpicos, ambos jóvenes campeones mundiales, ambos invictos... El destino parecía entrelazar sus caminos. Muhammad Ali venía de varios combates resueltos a los puntos con resultado desigual ante rivales a los que Foreman había noqueado (Norton, ida y vuelta, y el “Combate del Siglo” con Joe Frazier) y, aunque se reconocía su calidad, casi todos los analistas eran unánimes: La hora de Ali ya había pasado. Algunos apuntaban a que el enfrentamiento con “Big George”, económicamente suculento, supondría su retirada del boxeo. Las apuestas apuntaban a una nueva victoria relámpago de Foreman pero a los aficionados de a pie se les hacía la boca agua con sólo pensar en un posible Foreman-Ali.
Ello justificaba –al parecer de Don King- la astronómica cifra de diez millones de dólares que costaba acoger el posible combate. El promotor boxístico Don King, personaje de turbio pasado, dio el gran golpe de su vida con la promoción de este evento. Firmó a ambos púgiles por separado por cinco millones, con vistas a un enfrentamiento mutuo por el título mundial. Tras varias ofertas a la baja que fueron desestimadas, alguien se presentó con los diez millones en mano para llevarse el combate al salón de su casa. Ese “alguien” era el desconocido coronel Mobutu Sese Seko, dirigente de Zaire. Un enorme país centroafricano recientemente emancipado de Bélgica que gobernaba con brazo de hierro. En una de las primeras muestras de falta de escrúpulos ante el dinero venga-de-quien-venga tan común en nuestros días, se dio el plácet a la oferta del presidente zaireño y el combate Foreman-Ali a quince asaltos se mudó al Estadio Nacional 20 de Mayo de Kinshasa, a celebrarse el 25 de septiembre de 1974. Era la culminación de un plan maestro de Mobutu para promocionar su figura y su país, al que acababa de colaborar la presencia de la selección de fútbol de Zaire en el campeonato de la R.F. Alemana’74, siendo la primera selección del África Negra que competía en una fase final.
El inteligente Don King y su equipo formado por Henry A. Schwartz y John Daly supieron sacar jugo al remoto emplazamiento del combate. Se presentó como un gran encuentro de la Negritud universal en el que convivirían por unos días lo mejor de África con los máximos exponentes afroamericanos tanto en el deporte como en la música. Con la ayuda del productor musical Lloyd Price organizó un macrofestival de orgullo de raza semejante a Woodstock. James Brown, el “Padrino del Soul” en la cúspide de su dilatada carrera musical, se apuntó con entusiasmo al festival. Poco después otro héroe del R&B (B.B. King) acordaba su participación. El evento reunió un cartel de lujo tanto en el ring como en el escenario. Se sumaron otros grupos como The Spinners y The Specials y como artista anfitriona actuó Miriam Makeba (“Mamá África”). El espectáculo “Rumble in the Jungle” comienza con la llegada de las estrellas del ring. Mientras Foreman aterriza en Kinshasa entre la indiferencia y la hostilidad general, Ali llega a Zaire en loor de multitudes arropado en todo momento y lugar por una muchedumbre que le idolatra y que corea a su paso una consigna que se hará célebre “Ali, buma ye” (“Alí, mátalo”)
El gobierno de Mobutu se empleó a fondo en la organización del combate y del festival de música. La policía zaireña realizó innumerables detenciones de delincuentes comunes y veló por la seguridad de las estrellas internacionales en todo momento. Mobutu había hecho de aquel gran show su empeño personal y nada podía fallar. En “Cuando éramos reyes” se relata un hecho no constatado en el que Mobutu habría hecho detener a mil malhechores en los calabozos del Estadio Nacional y diezmarles al azar como demostración de autoridad.
A pocos días de la fecha señalada, surge en un entrenamiento un imprevisto que está a punto de arruinar el gran combate: Durante una de las sesiones, uno de los sparring de Foreman le propina un codazo involuntario al campeón abriéndole una brecha en la ceja. El combate ha de aplazarse. Tras un fuerte tira y afloja entre la gente de Ali, la de Foreman, los promotores y el gobierno de Zaire se acuerda trasladar el evento al 30 de octubre como fecha límite, ya que en noviembre comienza la estación lluviosa y sería imposible llevar a cabo todos los fastos. Se acuerda aquí que el combate se realice de noche cerrada, a eso de las tres de la mañana, para facilitar la audiencia masiva por TV en los EE.UU.
Llega al fin el combate. Tras unos primeros instantes en el que Ali y Foreman inician las hostilidades, Ali propina a “Big George” el primero de los golpes de la velada: La guardia de derecha. Un golpe eficaz ante rivales novatos o inexpertos. En el código del boxeo, recibir una guardia de derecha es algo humillante para un campeón del mundo. Por ello Foreman se revuelve rabioso y arrincona a Ali en los sucesivos asaltos, castigándole con series interminables. La imagen de Frazier o Norton noqueados por Foreman parece encaminada a repetirse con Ali, pero el de Louisville resiste los tremendos puñetazos del campeón balanceándose entre las cuerdas. Consciente de la superioridad física de su rival, Ali había ensayado mucho el encaje durante sus entrenamientos.
En el quinto asalto, Muhammad Ali despierta y se sacude a Foreman llevándole al centro del ring. El entusiasmo del público presente en el estadio es enorme. El campeón parece cansado de tanto golpear a Ali y sus movimientos se vuelven lentos y torpes. Al comienzo del octavo asalto, Foreman da síntomas claros de agotamiento y Ali, más entero, decide asestar el golpe definitivo. Una nueva serie de Ali termina con un último golpe que hace retroceder a Foreman, quien cae segundos después desplomado en el centro del ring. La primera cuenta del árbitro durante el combate termina y Ali recupera el título mundial de los pesados. Foreman acusó moralmente su primera derrota profesional y la pérdida del título hasta el punto de caer en una fuerte depresión. Consiguió salir adelante y con el tiempo llegaría a ser no solo uno de los más veteranos púgiles en activo, sino modificar su carácter hasta convertirse en uno de los personajes más queridos de Norteamérica. En España le hemos vuelto a ver anunciando parrillas y promocionando unos proto-videojuegos con su nombre en los primeros noventa. Ali, como sabemos, continuó siendo la gran leyenda en activo del boxeo hasta que comenzó a sufrir la enfermedad de Parkinson. Muhammad Ali y George Foreman se reencontraron años después y forjaron una gran amistad fuera del ring. Juntos recibieron el premio Óscar a mejor filme documental en 1997 con la que “Cuando éramos reyes” fue galardonada, protagonizando la imagen más inolvidable de aquella gala.
Las citas:
Algunas de las "perlas" de Ali. Verdades como puños:
“Soy joven, soy guapo, soy rápido, soy elegante y posiblemente no pueda ser golpeado” (Muhammad Ali)
“Los africanos son más inteligentes que nosotros. Ellos hablan inglés, francés y afrikaans, y nosotros no sabemos hablar bien en inglés” (Muhammad Ali)
“Sólo en la última semana he asesinado a una roca, he herido a una piedra, he hospitalizado a un ladrillo. ¡Soy tan vil que hago enfermar la medicina!” (Muhammad Ali)
El detalle:
Aunque nos entusiasme la película no se puede consentir que en los subtítulos aparezca un par de veces “estraño” (sic) por “extraño”.
Como ya es muy largo el post, en lugar del habitual desglose del reparto anotamos un par de detalles sobre el director y uno de los comentaristas del filme.
Leon Gast (Director) Director especializado en documentales musicales y deportivos, se cuenta entre su filmografía “The Grateful Dead” (1977) -grabación del directo de la banda en San Francisco tres años antes-, “Hells Angels forever” (1983) –sobre la conocida hermandad motera de “Los Ángeles del Infierno”, “Celia Cruz: Guantanamera” (1989) –sobre la figura de la conocida artista cubana- y las posteriores “1Love” (2003), baloncestística y “Smash his camera / Rompe su cámara” (2010) acerca del fenómeno “paparazzi” personificado en la biografía del fotógrafo Ron Galella. También realizó el vídeo “B.B. King live in Africa”, sobre la actuación del artista en el festival “Rumble in the Jungle”. Actualmente prepara un documental televisivo titulado “Sporting Dreams” a emitirse el año próximo.
Spike Lee (Comentarista) Pese a que su nombre no figura en los títulos de crédito entre los responsables del filme sino en el reparto como personaje entrevistado, en “Cuando éramos reyes” se aprecia en cierto modo la marca del célebre cineasta de Brooklyn. Icono del cine independiente e influyente gurú del cine afroamericano contemporáneo, reparte su obra entre filmes convencionales y taquilleros (“Fiebre salvaje”, 1991; “Malcolm X”, 1992; “Plan oculto”, 2005...) cortometrajes (“Last hustle in Brooklyn”, 1977; “La respuesta”, 1980; “Sarah”, 1981; “Lovers & Haters”, 2007...) películas de culto (“Haz lo que debas”, 1989; “Cuanto más, mejor”, 1990...) y diversos telefilmes y especiales para TV. También ha firmado varios videoclips como el de “Cose della vita/Cosas de la vida” de Eros Ramazzotti (1993) y es el responsable audiovisual de conciertos musicales como el conocido “Pavarotti & Friends” (1999). En varias de estas obras también ha aparecido ante la pantalla. Es el más célebre hincha de los Nueva York Knicks (NBA) y no se pierde ni un partido en el Madison Square Garden desde su privilegiada localidad de primera fila, frente al banquillo local.
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